Karina Elián Salinas
En la década de los 30s el artista Salvador Dalí presentaba su famoso óleo denominado “La persistencia de la memoria”, algunos lo conocen como “Los relojes blandos o derretidos”, pero ¡sí! en definitiva es esa obra que seguramente más de uno ya tiene, ¡ajá! exactamente en la memoria.
Esa es la magia de traducir la pintura, en caso específico en la de Dalí, cuyas locuras eran de lo más acertadas en tiempo y forma de la historia.
Es así como que entre el 3 al 15 de Junio de 1931, la pintura era exhibida en la primera exposición individual del pintor, en la Galerie Pierre Colle de París, con un cuadro realizado mediante la técnica del óleo, en un lienzo de 24 x 33 cm.
Desde su exposición en dicha galería, la pintura se ha convertido en una de las imágenes más reproducidas del artista, quien dicho sea de paso se inspiró para derretir los mencionados relojes, tras haber cenado una noche queso Camembert, cuya consistencia blanda derritiéndose lo llevó a querer plasmarlo en el lienzo, sólo que en vez de quesos serían simplemente relojes.
¿Qué podíamos esperar de alguien como Dalí? ¿No es verdad?
Así mismo se sabe que la teoría de Dalí sobre los relojes refleja el inevitable paso del tiempo que se derrite, o se va ante nosotros y somos quienes como testigos de esa arte, le damos el significado preciso a ese escurrir del tiempo, por llamarlo de una manera más coloquial.
Por otro lado hay quienes afirman que la presencia obsesiva del tiempo en la pintura del padre del surrealismo está vinculada a una reflexión sobre la teoría de la relatividad, cuya postura del mismo Salvador era acabar con el existencialismo y con esa angustia del hombre ante su propio destino, por ello buscó la manera de mostrar su cosmología en esta pieza.
Existen miles de hipótesis al respecto del significado preciso de la pintura, pero es por demás rascar ya que jamás terminaríamos de profundizar en ellas. Cuando se habla de arte es demasiado complejo alcanzar una postura en la que la mayoría esté de acuerdo, es por ello que como en muchas otras artes, es más sensato sólo dejarse llevar por el sentir que provoca una imagen y sucumbir ante el significado que es más que relativo para cada uno de nosotros los espectadores de ella.
Para muchos sólo relojes derretidos, para otros tiempo que avanza sin tregua, otros tal vez encuentran aquello que los demás no vemos y que hacen de esta obra toda una referencia del arte de la década de los 30s.
Y justamente en 1932, la obra llegaría a la Julien Levy Gallery de Nueva York, dos años después se instalaría en el MOMA (Museo de Arte Moderno) de la Gran Manzana, en donde sigue vigente para encapsular a la memoria de sus admiradores.