Con la eliminación de Cruz Azul a manos de Tigres en semifinales, se terminó de confirmar algo que en el entorno del club ya olía desde hace semanas: este equipo jamás encontró la personalidad que exige competir por lo más alto. Y sí, lo más simbólico —y lo más triste— es que el gol que revivió momentáneamente a La Máquina vino de un jugador de Tigres, no de uno propio. Un espejismo ajeno para un equipo incapaz de generarlos por sí mismo.
Cruz Azul jugó con tibieza cuando el calendario pedía carácter. Y ahí es donde aparece el nombre de Nicolás Larcamón. El técnico volvió a mostrar que, más allá de sus buenas intenciones y de discursos elaborados, todavía no está para manejar planteles del tamaño, presión e historia de los grandes. Lo suyo siempre funcionó mejor en plazas donde el margen de error es mayor y la presión, menor.
Lo que terminó de descarrilar su credibilidad fueron sus justificaciones recientes. Larcamón insistió en que la derrota del liderato se debió a que a su portero “lo rompieron” en la Jornada 17 y que la acción solo fue castigada con amarilla. Según él, ese episodio fue clave para que hoy Cruz Azul no tuviera un desenlace distinto. Un argumento endeble. La realidad es más simple y más incómoda: la mejor plantilla de la liga no pudo con el Pumas más discreto de los últimos 15 años, y mucho menos con Tigres en una serie que exigía jerarquía.
El técnico aseguró que, de haber mantenido el liderato, la historia habría sido otra. Pero los grandes no viven de hipótesis. Viven de rendir cuando importa.
Hoy Cruz Azul queda fuera y Larcamón queda expuesto. No por un mal día, sino porque este nivel exige algo que su proyecto nunca mostró de manera sostenida: valentía futbolística. Tigres fue superior, sí; pero Cruz Azul fue el que nunca apareció.
Y ahí se termina la historia. No por circunstancias externas, no por arbitrajes, no por fantasmas: por falta de carácter. Y en ese punto, el técnico es el primero en la lista de responsables.











