Hablamos de un momento de confirmación. El 17 de abril de 2005 es una fecha conservada en letras de oro en la historia del ATP Tour. Con apenas 19 años, y anticipando las intenciones de una trayectoria imparable, Rafael Nadal consiguió en el Rolex Monte-Carlo Masters la primera corona ATP Masters 1000 de su carrera profesional. En uno de los escenarios más tradicionales del circuito, sobre una de las canchas más pintorescas del tenis, el mallorquín trazó una escena que ya es icono: el bocado a uno de los grandes cetros del deporte.
A orillas del Mediterráneo, las mismas aguas que le arroparon desde niño, Nadal empezó el asalto de la arcilla con una intensidad sin precedente. Si la épica final disputada en Miami semanas atrás había girado los ojos de medio mundo, cuestionando sin miramiento alguno la autoridad del No. 1 mundial, su actuación entre los muros del Principado terminó de confirmar el síntoma. Rafa trascendía la figura de un enérgico adolescente. Ya era una figura absoluta en el corazón del vestuario.
Con una experiencia mínima en Masters 1000 sobre arcilla, apenas dos eventos de este tipo disputados, Nadal derrotó a los dos vigentes finalistas de Roland Garros. Lo que pudo parecer una semana de inspiración, una página suelta en el relato, fue en verdad un cambio de guardia en tiempo real. Una sucesión sin vuelta atrás en vivo y en directo. Ni Gastón Gaudio, entonces rey de París, ni Guillermo Coria, dueño de Montecarlo el año previo, lograron contener el talento del jugador español. Si eso no era la más potente carta de presentación lo cierto es que se le pareció demasiado.
Nadal coronó por 6-3, 6-1, 0-6, 7-5 una final para el recuerdo ante Coria. Un esfuerzo que superó las tres horas situándolo en la historia del torneo. Pese a llegar como No. 17 mundial, a pesar de figurar como undécimo cabeza de serie en el torneo, enterrado en una lista de nombres con mucho mayor recorrido, Rafa demostró que su historia no iba a tener freno. Su momento había llegado y pensaba agarrarlo con las dos manos.
El inicio de la final subrayó una virtud colosal en su repertorio: competir con una energía absoluta la primera pelota del partido. Si semanas atrás había arrancado las dos mangas iniciales en Crandon Park a Federer, que reaccionó ante un partido que ya era drama, Coria se encontró el mismo muro cuando quiso tener voz en Montecarlo.
“He jugado muy bien los dos primeros sets, golpeando muy bien con la derecha”, reconoció Nadal, capaz de radiografiar sus necesidades, de analizar situaciones y contener el enorme ímpetu de sus primeros años. “En el tercer set él se puso 2-0, 3-0,… No puedo vaciarme en cada set porque mi físico no es para cinco mangas. He bajado el ritmo y en el tercer set he perdido 6-0. En la cuarta manga me he recuperado y me he puesto 4-1. Después, ha pasado algo similar a Miami. Me he preocupado porque era la misma situación”.
El recuerdo de Florida estaba bien fresco en la memoria, demasiado reciente como para haber olvidado el sabor de ese trago. Un puñado de días atrás, en un duelo siempre histórico, había tenido dos mangas y un 4-1 de ventaja ante Federer en un partido que terminó perdiendo. Ahí surgió una virtud extrema del balear: convertir cualquier traspié en estímulo.
“Estoy seguro de que ese partido me ha ayudado. Sé lo que ocurrió en Miami ante Federer y hoy estuve muy concentrado” replicó un Nadal con tesón en cada gesto. “Me concentro en todo momento. Cuando perdí la ventaja en el cuarto, del 4-1 al 4-4, mi concentración se enfoca en ganar el partido. En Miami ocurría lo mismo. Ahora que tenía esa final perdida es importante para mí haber ganado este partido”.
El choque no fue un trámite cualquiera. Coria era uno de los 10 primeros del escalafón por distintas razones, entre otras por construir los partidos alejado de lo ortodoxo.
“Utiliza muy bien la dejada. En mi opinión, en esto, es el mejor del mundo”, reconoció Nadal sobre su adversario, popularmente conocido como ‘El Mago’ por una innata capacidad para sorprender con golpes arrinconados en el catálogo. “Ha ganado muchos puntos de esa manera, pero yo también he podido ganar bastantes puntos importante. Como el último, por ejemplo”.
Si Coria planteó lo inverosímil, evitando el guión de fondo tan propio de la arcilla, Nadal respondió con una velocidad de piernas admirable. Algo que nunca dejó de sorprender al graderío. “Todo el mundo me dice que devuelvo pelotas increíbles”, reconoció. “En los partidos simplemente me concentro en el punto”.
La ovación que recibió Nadal en Montecarlo sería una tradición con el paso del tiempo. Esa primera vez, ese sabor especial de lo desconocido, no apartó a Nadal de su sendero. Por especial que fuera el momento, aunque las emociones lo colmaran por dentro, Rafa siempre tuvo claro que su misión era alcanzar un estado superior.
Es mi primer gran torneo y siempre recordaré este título. Pero mi objetivo es mejorar mi tenis, necesito trabajar en algunos golpes. Esa es mi meta ahora mismo. Tengo que mejorar mi servicio, mi volea, el revés cortado,… Si logro progresar en estos golpes creo que puedo ganar muchísimos partidos”. Una lección asumida desde el tuétano: una victoria presente no garantiza un triunfo futuro.
Con esa máxima bien presente sale Nadal de Montecarlo. Con hirviente impronta adolescente y el respeto bien ganado, su avance en el vestuario no pasa desapercibido para nadie. Su primer título Masters 1000 lo lanza al No. 11 mundial, rondando un Top 10 mundial del que ha hecho hogar ininterrumpido desde ese mismo año. Con ese panorama, en el horizonte asoma París. Allá nunca ha competido, pero los ríos de tinta empiezan a señalarle.
“No soy el favorito, será mi primer Roland Garros”. La expresión de Nadal cumple con la humildad y la seguridad de alguien distinto. Porque Rafa podía caminar con una certeza. Un currículo que roza lo irreal. En París, un escenario que disuelve a los primerizos, Nadal llegaría con el rigor de un veterano. Sabiendo ya lo que era ganar sobre arcilla a los últimos tres campeones del Grand Slam galo. “Solo pienso en los siguientes torneos: Barcelona, Roma y Hamburgo. Estoy jugando a buen nivel, pero no sé si lo haré al llegar a Roland Garros. Si juego como ahora, puedo ganar o hacer un buen resultado. No soy el favorito, pero puedo hacerlo bien. Queda un mes, en cualquier caso”.
En Montecarlo, en un entorno de respeto absoluto por la tradición, Nadal firmó su primer gran bocado. La historia estaba esperando…