Ohtani redefine el béisbol: tres jonrones, diez ponches y la noche perfecta de los Dodgers

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Un jonrón de 469 pies y una joya desde el montículo en la misma noche. En el cuarto juego de la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, Shohei Ohtani entregó la experiencia completa, la confirmación de que estamos viendo al mejor jugador del planeta redefinir el béisbol en tiempo real.

Durante dos horas y 41 minutos frente a 52,883 fanáticos, Ohtani lanzó seis entradas en blanco con diez ponches y conectó tres jonrones que sumaron 1,342 pies de recorrido. Su actuación selló la victoria 5-1 sobre los Milwaukee Brewers y la clasificación de los Dodgers a su segunda Serie Mundial consecutiva. “Esa es la mejor noche en la historia del béisbol”, dijo el mánager Dave Roberts, y nadie se atrevió a contradecirlo.

El viernes comenzó con dudas. Ohtani venía de una mala racha ofensiva y había tenido que practicar bateo fuera del estadio, algo que nunca hace. Sin embargo, su disciplina volvió a equilibrar el universo: tras una base por bolas al primer bateador, ponchó a tres seguidos con rectas de más de 100 mph y una splitter imposible. En la parte baja del inning, conectó un jonrón para abrir la entrada, algo que ningún lanzador había logrado antes en postemporada.

Luego vinieron los momentos de asombro: el segundo cuadrangular viajó 469 pies, desapareciendo del Dodger Stadium, y el tercero, ante una recta de 99 mph, fue la confirmación del dominio absoluto. “Tiene que ser el mejor juego de la historia, ¿verdad?”, se preguntó Alex Vesia, el relevista que mantuvo intacto el cero en la línea de Ohtani.

En el cierre del sexto, una doble matanza iniciada por Mookie Betts preservó la joya de pitcheo. El estadio rugía, Japón no dormía, y el béisbol volvía a tener una noche mítica. “No me di cuenta de lo que estaba viendo hasta después”, confesó el cátcher Will Smith. “¿De verdad lo hizo todo?”.

Ohtani lo hizo todo. Lanzó, bateó, dominó. En octubre, bajo las luces de Los Ángeles, el béisbol tuvo su noche perfecta — y su mejor jugador volvió a demostrar que lo imposible, para él, solo necesita un turno al bate y una bola en las manos.